El niño y la casa

El niño camina por la casa. La casa es antigua y señorial, atestada por la voces de los vivos y también por el silencio de los muertos. El niño es apenas un esbozo del hombre que será, tan pequeño, todo por hacer, y sin embargo ya tan perfecto. Camina por el pasillo, vacilante, recuperando siempre el equilibrio en el último momento, cuando ya la caída parece irreversible. Camina sin saber que el fuego quema, que eso no se toca, que lo que se pliega a sus pies en forma de escalera es el abismo. No conoce qué es el miedo; es un ser imcompleto y, tal vez por eso, un poco más libre. A cada rato, manos familiares o extrañas le impiden lastimarse, golpearse con el pico de una mesa, caer, llevarse a la boca alguna sustancia nociva... Le acechan tantos peligros que uno no sabe cómo es posible que aún siga vivo. Ajeno a la vigilante mirada de los adultos, se aleja feliz por el pasillo hacia la parte más oscura de la casa, que parece a punto de engullirlo. Le miro mientras pienso en esto y, por un segundo, me alegro de no ser su padre.

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