Martes

Después de cenar, represento la función del día. Realizo un simulacro de felicidad cotidiana, felicidad con minúsculas. Preparo medio litro de zumo de naranja, me fumo un cigarrillo y leo un libro sin respirar. Me empacho de vitamina C, de galletas de chocolate y de prosa descarnada. Una felicidad de aquí te pillo y aquí te mato y cada uno, mañana, que se despierte en su propia cama. Los otros, mientras tanto, representan sus propios dramas, duermen solos en cavernas amuebladas por el eco o lloran una soledad recién inaugurada o ríen viendo la tele o representan sus personales e intransferibles simulacros de felicidad cotidiana o...

Mientras me fumo otro cigarro un perro se muere solo, de frío o de viejo, a setecientos kilómetros de aquí; y este hecho me conmueve, no como si fuera mi perro, sino simplemente como le puede conmover a uno la muerte de un perro. Me conmueve también que quedan otras cosas, pero el tiempo es un gran antídoto contra el optimismo y, con los años, es cierto que uno cada vez se conmueve menos con las cosas buenas.

El protagonista de la función de hoy no soy yo, jamás soy yo, no es el perro, no son nunca los otros, sino esta soledad que hilvana sus vidas y la mía; una soledad que va mucho más alla del mero hecho de estar solos. Una soledad-cáncer que nos devora por dentro y por fuera. Mucho más por dentro que por fuera.

Y eso es todo, aunque la soledad, como dice Panero, sea imposible: está llena de fantasmas.

1 comentarios:

Anonymous | 15 de enero de 2010, 8:18

muy bueno, eres muy jefe!!!

Publicar un comentario