Más vale lo malo por conocer que lo bueno conocido

Hace ya más de cien años que dejé de hablarme con el Altísimo. Decidí que nuestros caminos debían separarse y que lo mejor era terminar con aquella relación de conveniencia. Evocando a las grandes damas de otras épocas, mi madre, la pobre, que como es de ley quería lo mejor para su hijo, decició una vez que lo más recomendable sería arrimarme a una persona de buena reputación, conocido en el pueblo (al menos de oídas), respetado y con poder: el mismísimo Todopoderoso, ¡un verdadero braguetazo! Así que, sin preguntarme, un día me vistió de domingo y me dejó en mitad de un montón de desconocidos tarados que suplicaban perdón de rodillas por haberse acostado la noche anterior con sus respectivos cónyugues y cónyugas sin intención de procrear.

Por tratarse de personaje tan relevante y convencida de que el resultado sería positivo para mí, no le debió importar (a mi madre, digo) dejarme en manos de un viejo al que ni siquiera había visto, un prepotente solterón y holgazán –seis días dicen que ha currado en toda su eterna vida; a partir del séptimo se tumbó a descansar y hasta hoy no le ha dado ni por cambiar una bombilla o encalar un techo en esta choza donde pronto no cabremos–, y del que además se cuenta que es inmortal, con lo que hubiera resultado estúpido esperarse a que el viejo palmara para poder trincar algo de su goloso patrimonio (¡dicen que es dueño de TODO...!).

Total, a lo que voy, que desde el día en que me harté y le mandé a hacer puñetas no hemos vuelto a hablarnos y solamente le tengo en cuenta como lo que es, un personaje de ciencia ficción nacido de los insomnios del ser humano. Me da poco más que para escribir algún cuento fantasioso donde ejerce de déspota empeñado en joder al pobre Adán (y sobre todo a la pobre Eva), para mentar su nombre en algún refrán o chascarrillo popular o para cagarme en su puta cara cuando necesito aliviar mis tensiones.

Pero lo que me desconcierta es pensar que medio mundo siga metido bajo sus faldas e intentando convencer al otro medio de que haga lo mismo, y que, ante la certeza de que aquí estamos de paso y la disyuntiva entre él o el Diablo, del que apenas se sabe nada, prefieran pasar el resto de sus muertes junto a un tipo que en su único encuentro 'documentado' con la especie humana nos expulsó del Paraíso y nos condenó a ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Nada más que por robar una puta manzana: todo un ejemplo de misericordia.

Personalmente, me quedo con el Infierno (¡y que sea lo que dios quiera!).

1 comentarios:

JaviAlonso | 19 de noviembre de 2008, 14:04

Totalmente de acuerdo. Yo hice lo mismo (hace menos tiempo) y me quité un peso de encima. El cabrón mapretaba la conciencia con todas sus fuerzas y se pasaba el día intentando hacerme sentir mal. ¡¡Mierda paloma!!

Publicar un comentario